Sección Notas

Raquel Barboza: «El punto de partida es un juego con la pluma»

Raquel Barboza conversó sobre el papel crucial que juega la obra del escritor Felisberto Hernández en la muestra «Las lámparas que nadie encendía«, que expondrá en Sala Dodecá hasta el sábado 9 de septiembre y que se puede visitar los lunes, miércoles y viernes de 14:30 a 22:00 hs, los martes de 18:30 a 21:30 hs., y los sábados de 10:30 a 18:30 hs.

Dado que la muestra busca en cierta forma recrear el imaginario de Felisberto Hernández, ¿cuál es el principal desafío de llevar las imágenes escritas al dibujo?

El desafío consiste en establecer un vínculo genuino entre dos formas expresivas, en este caso la literatura y el dibujo. No como una mera referencia visual de lo que se está contando sino como posibilidad de interpretar ciertas zonas del texto. Ellas me permiten capturar gráficamente la atmósfera creada por la escritura de Felisberto Hernández; a veces, de golpe, se llega a la abstracción.

El dibujo resultante no se amalgama con el texto sino que interpreta inventando espontáneamente pero “inspirado”.

¿Qué fue lo que más te interesó de la obra de Felisberto a la hora de pensar en una muestra inspirada en él?

Es una obra que sin abandonar lo real y con un léxico caracterizado por la sencillez es capaz de crear atmósferas sofocantes, surrealistas por la combinación de situaciones insólitas que pueden conducir tanto a lo sutilmente humorístico, a lo patético o a lo trágico como ocurre en “El balcón” y las innumerables sombrillas de colores.

Asimismo es una fuente de ideas para la comprensión del arte. También su manera de estar en el mundo desde su subjetividad expresada a través de sus recuerdos y de su permanente mirada hacia adentro. Esto le permite una creación abierta al infinito que por momentos desplaza lo racional. Es un asunto muy interesante para trasladar al mundo de la creación plástica. Seguir leyendo

El glam: Velvet Goldmine

Alejandro Ventura
Doctorando en Comunicación (UPF)

No sólo a través de la violencia fue posible potenciar el carácter rebelde de un mecanismo de adaptación que había entrado en crisis a comienzos de los 70.

El año 1972 había traído consigo la eclosión del glitter rock, que liberó fuerzas sexuales tan poderosas como las desatadas por la explosión pop británica de 1964. A través del glitter rock, o glam, las estrellas de rock masculinas cruzaron la frontera de los sexos, copiando la indumentaria y el estilo de las figuras del cine y el teatro camp de los años treinta (…) Subidos a la cresta de una ola creativa puesta en marcha por el recién aparecido movimiento de liberación gay, los adeptos del glitter —fueran heterosexuales u homosexuales— se ataviaban con joyas, maquillaje, zapatos de plataforma de tacón alto y atuendos de lentejuelas (…) Ejemplificado en Inglaterra por David Bowie , con su álbum de 1971 Hunky Dory y el éxito “Changes”, y en los Estados Unidos por Alice Cooper, que acababa de sacar su álbum Killer, el glitter rock cambió el look y el sonido del rock, abriendo las puertas de par en par a toda una serie de grupos y movimientos nuevos (1).

La revolución sexual de los años 60 no sólo fue una revolución de carácter sustancialmente heterosexual sino que, en buena medida, tenía sus aspectos misóginos y homofóbicos. La androginia del glam —liderada ahora por el carisma de Bowie y su aspecto convincentemente bisexual— será el insumo proyectivo (+) determinante para que se procese esa radicalización de un mecanismo de adaptación rebelde que mostraba ya signos más que claros de agotamiento. Seguir leyendo

Nuevo Cine Norteamericano (Final)

Alejandro Ventura
Doctorando en Comunicación (Universidad Pompeu Fabra)

El lado oscuro del American Way of Life se evidencia en tres películas del NCN que se destacan por su enfoque holístico y con una fuerte carga alegórica. Se trata de That Cold Day in the Park (Ese día tan frío en el parque, 1969) de Robert Altman, The Swimmer (El nadador, 1968) de Frank Perry y Zabriskie Point (1970) de Michelangelo Antonioni. Analicemos brevemente sus contenidos básicos.

A diferencia de la “infiel” Sra. Robinson de The Graduate, la protagonista del filme de Robert Altman es una mujer burguesa que es incapaz de poner en acto su deseo sexual ferozmente reprimido por una moral puritana introyectada como base de sustentación de su sistema internalizado. Esta imposibilidad de un desarrollo sexual y afectivo “normal” termina conduciendo a la protagonista, primero al homicidio, y luego, al final, a la fagocitación patológica de la propia fuente juvenil de su deseo (1). En la particular relación trunca que esta mujer establece con el joven hippie, se da una curiosa inversión de la dicotomía “nosotros-ellos”. En la primera escena de la película, el joven está sentado bajo la lluvia en un banco del parque bajo la escudriñadora y fuertemente sexuada mirada de la mujer desde su lujoso apartamento. Una persiana con celosías en una ventana (2) marca la frontera entre los dos mundos. A partir del momento que la mujer introduce en universo al joven, a lo que se asiste es a un creciente proceso de encierro, control y finalmente, absorción de un sujeto-objeto juvenil por parte de una mujer que jamás logra consumar el acto sexual. Es como si con ese proceso la mujer buscara desesperadamente beber de la fuente de una revolución sexual a la que ha llegado tardíamente.

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Una triste noticia

Con un profundo dolor comunicamos que en el día de ayer falleció Lacy Duarte, una brillante artista y entrañable amiga. Fue Lacy quien inició las temporadas de exposiciones en Dodecá en el año 2001, apostando a un grupo de gente joven que se lanzaba a un nuevo emprendimiento cultural.

Su presencia junto a Dodecá ha sido constante a través de todos estos años, exponiendo su trabajo en nuestra sala en cuatro ocasiones. Sus creaciones fueron también la base para un rico intercambio y colaboración entre arte plástica y cine.

Muchas gracias, Lacy, por el privilegio de tu cariño y tu trabajo.


«Rastreo de huellas y fracturas», 2001.
«87 cajas», 2002.
«Detalle», 2006.
«Prespuntes» (10 años), 2011
Cortometraje: Un viaje por Las Manos Limpias, 2007.

Marcelo Legrand en Dodecá

El exitoso Marcelo Legrand expone como parte de los diez años de Dodecá

Big bang

por Carlos A. Muñoz


Tres obras de gran tamaño cubren las paredes de la sala de exposiciones del Centro Cultural Dodecá en la calle San Nicolás, donde empieza Carrasco, a media cuadra de la Rambla. La más impactante es «El caminante», una explosión visual en la que varios colores pugnan  por la forma. Es interesante: sin aparente propósito figurativo, los colores dibujan, construyen, dan sentid a una composición impecable. La obra es del artista Marcelo Legrand (1961), tercer expositor de los diez que participan esta temporada en la gran celebración pictórica de Dodecá por sus diez años de actividad. Otro artista maduro, un poco mayor que Bassi (y muy diferente) pero al que se puede unir por un momento de altísima calidad y de extrema madurez.

En algún sentido, la comparación es pertinente. No solo son dos de los mejores exponentes del arte contemporáneo uruguayo. Son también dos artistas que saben que en arte hay un principio fundamental: tener algo para decir. O intentar decir algo, que es más interesante. Para eso, y aun sin ser explícito ni proponérselo racionalmente (esa es la gracia), solo vale ser riguroso, profundizar en uno mismo, pelear. Por caminos muy distintos, a los dos se les puede creer, se los percibe como artistas que ofrecen una sensación de verdad a través de la belleza, de trabajo y elaboración que, con el tiempo, se vuelve un discurso personal.

Aunque parezca obvio, no es habitual encontrar este sinceramiento artístico en un mercado donde priman el marketing y los estímulos paganos. Los dos ofrecen además, un tratamiento visual de notable calidad. Pero donde Bassi oculta, Legrand expone, y donde Bassi interroga, Legrand construye y celebra. La obra que se expone en Dodecá es una fiesta. Casi como un músico, él es un notable compositor de imágenes abstractas desde el proceso sustancial del color: construye armonías, organiza un caos aparente que parece intentar permanecer y que claramente domina línea a línea, punto a punto, color sobre color.

Hay otro trabajo («Splash») en el que una mancha naranja en el límite del rojo parece haber triunfado, despejando un poco más la magnífica densidad de «El caminante». Allí las formas son más limpias, en grises y diferentes tonos de negro. Pero el cuadro es igual de disfrutable.

Por último, hay otro cuadro («Pájaro en la arena») con líneas negras, tonos grises, pinceladas en diferentes tonos de blanco y volúmenes que expresan mucho más que el título y que mantienen, a pesar de su tonalidad más liviana, un curioso equilibrio con el entorno. Es como si de ese «big bang» inicial (o final, quién sabe) de «El caminante», surgiera al fin una melodía sutil, fina, mucho más espiritual.

De la explosión a la expansión: ese puede ser el trayecto visual que el artista diseñó en Dodecá. Y lo logró.

 

«Caminos de la pintura», de Marcelo Legrand.
En Dodecá (San Nicolás 1306) hasta el 5 de junio. Tel.: 2600 0887.