Curso de lenguaje cinematográfico: el cine de Luis Buñuel

Posted on Mar 26, 2011

La imaginación es libre; el hombre no.

Esta máxima de Buñuel, inspirada en el Marqués de Sade, sintetiza, de alguna manera, el recorrido de un artista singular; sin dudas, uno de los grandes maestros del cine.

El análisis exhaustivo de ese recorrido, objetivo que persigue este curso, debería incluir no sólo sus comienzos surrealistas, en la década del veinte con Un perro andaluz y La edad de oro, sus películas más reconocidas como de «denuncia social» (Las hurdes y Los olvidados), su regreso triunfal a España (Viridiana) o su trilogía final, en Francia, en los años setenta (El discreto encanto de la burguesía, El fantasma de la libertad y Ese oscuro objeto del deseo); sino, además, su extensa filmografía mexicana, que va desde Gran casino hasta Nazarin. Y ello, porque estos «melodramas comerciales», que Buñuel hiciera por encargo, han sido históricamente denostados por buena parte de la crítica, que no reparó en ellos, en sus intersticios, en el estilo y el toque surrealista del maestro logrado a pesar de las limitaciones impuestas por la industria. Es interesante analizar hasta que punto esas limitaciones se transformaron en un desafío personal para Buñuel, en el sentido de redefinir formas populares llevándolas hacia su propio universo creativo.

El estilo visual y sonoro de Buñuel se caracteriza por un dominio absoluto del lenguaje cinematográfico para lograr la fluidez de las imágenes irracionales desde el inconsciente hasta la conciencia, transformando sistemáticamente las cosas cotidianas en extrañas. De esa forma, lo que el maestro pone en cuestión son los valores y la moral burguesa, en una búsqueda por desestabilizar las formas, supuestamente «normales», de la percepción del mundo por parte del espectador.

Inspirado en las teorías freudianas sobre la interpretación de los sueños, Buñuel era especialista en desentrañar la tensión latente entre el deseo oculto, la sexualidad reprimida de las mujeres y los hombres y las convenciones sociales, para lo cual construía un particular universo onírico con una estética personal e inconfundible.

Sin embargo, esta aparente sencillez estilística y la economía de recursos que utilizaba (que muchos han señalado con justeza), encerraban en el fondo una profunda sabiduría. Como simple ejemplo, considérese el uso que hacía de los movimientos de cámara, apenas perceptibles, con los cuales lograba ese poder hipnótico de la imagen dinámica para, primero, «adormecer al espectador» (Buñuel dixit), y así, luego, despertarlo y sacudirlo, por más pasivo que éste fuera.

Cabe problematizar si, detrás de sus irreverencias y de su carácter iconoclasta, no hay en Buñuel un profundo humanismo, una confianza (que a veces, es cierto, parece transmutarse en franco pesimismo) en las posibilidades de que el hombre finalmente pueda lograr una libertad que le es esquiva a causa de las imposiciones estructurales, sistémicas, pero también por sus propios mecanismos internos.

El curso comienza el sábado 2 de abril con la exhibición de las películas Entreacto (1924) y París que duerme (1923), ambas de René Clair: dos películas fundamentales para entender la irrupción de Luis Buñuel en el surrealismo y, con ello, en la Historia del cine.