Este mes, con la exhibición de Ese oscuro objeto del deseo (1977) y su posterior análisis, concluimos la revisión completa y detallada de la extensa filmografía de Luis Buñuel.
En la última imagen de esta última obra, una bola de fuego producto de una supuesta explosión terrorista envuelve a Mathieu, el hombre maduro, sujeto de un deseo incontrolable e irresistible y Conchita, el objeto inasible de ese deseo. Este argumento medular de la película no era por cierto novedoso en el cine de Buñuel; con variantes, se había repetido a lo largo de su obra, desde Susana (1951) hasta Tristana (1970). Lo novedoso y enigmático era ese plano final, que algunos han interpretado como la visión apocalíptica del director sobre la sociedad fin de siglo XX donde la violencia podía estallar en el momento menos esperado. Sin embargo, es posible ensayar otra interpretación que se relacione más directamente con la propia obra de Buñuel; esto es que sea más autorreferencial, usando un lenguaje posmoderno, que por otra parte, a pesar de él mismo, será la marca distintiva del cine por venir. Esa bola de fuego era en realidad el último acto de Buñuel; un acto de autoinmolación, de clausura de su propia obra, iniciada en la década del 20 con aquella obra culminante del cine surrealista, Un perro andaluz (1929).
Antes de esa explosión final, la secuencia cinematográfica previa de Ese oscuro objeto del deseo conduce sin duda alguna a aquel clásico vanguardista. En una esa especie de centro comercial, detrás de un escaparate, una mujer zurce en un bastidor un delicado encaje. La composición remite al cuadro de La encajera de Johannes Vermeer, cuadro que efectivamente aparecía en Un perro andaluz, luego de la famosa imagen del ojo rasgado por la navaja. Lo que en aquella película era un llamado a la apertura de la mente encorsetada del espectador al nuevo mundo del inconsciente, a la liberación de los deseos reprimidos, ahora se transformaba en cierre, en sutura, en enclaustramiento. ¿Qué había sucedido en el universo creativo del maestro entre aquella primera obra fundacional, revolucionaria, y esta última imagen catastrófica, testamentaria?
El proyecto cinematográfico de Buñuel siempre estuvo sustentado en dos pilares conceptuales básicos: por un lado su adscripción al surrealismo como movimiento cuyo objetivo fundamental era transformar el mundo y cambiar la vida usando como arma principal el escándalo; y por otro lado, la idea de Sade en cuánto a que la imaginación es libre, pero el hombre no. El devenir histórico del siglo XX sepultará ambos postulados. El surrealismo no sólo demostró su incapacidad de transformación revolucionaria sino que fue cooptado y fagocitado quedando reducido a los espacios que siempre combatió: la institucionalidad artística expresada en los museos. Por otra parte, la imaginación, como supuesto espacio psíquico libre de la contaminación del convencionalismo moral burgués demostró ser una falacia: no existe ningún lugar supuestamente libre en el individuo; algún lugar protegido y resguardado de la colonización sistémica. ¿Cómo se traduce el fracaso de estos postulados en la obra cinematográfica de Buñuel?
Previo a esa imagen de Ese oscuro objeto del deseo, en el tríptico final formado por La vía láctea (1969), El discreto encanto de la burguesía (1972) y El fantasma de la libertad (1974), Buñuel había dado cuenta del estado en cuestión expresando cinematográficamente esa idea que sintetiza lo mencionado más arriba: que la realidad se había transformado en irreal pero no como resultado del surrealismo ni de la imaginación libre sino por la propia lógica de desarrollo capitalista: el azar, la fragmentación, el absurdo de las situaciones pasarán a formar parte del paisaje fin de siglo en todas las dimensiones de la vida, tanto social, cultural como política de los hombres. Buñuel, consciente plenamente de esa situación se limitará -por cierto con gran agudeza y talento artístico- a reproducir ese caos con una visión cinematográficamente fatalista. Vaya un ejemplo: en agosto de 1966, Charles Whitman, el asesino de la Universidad de Texas, tranquilamente sube a la torre. Amablemente y sonriendo, dispara con su rifle al azar matando a diecisiete personas e hiriendo a más de treinta. Este hecho verídico aparece reconstruido en El fantasma de la libertad haciendo realidad aquel famoso aforismo surrealista de que el acto más puro consistía en empuñar un revólver y descargarlo al azar sobre la multitud: lo que debía quedar restringido exclusivamente al ámbito de la imaginación pasaba a formar parte de una cruel realidad.
En ese tríptico final las dislocaciones espaciales y temporales, los discursos dialógicos, la difuminación de los límites entre los niveles de realidad e imaginación, así como la desaparición de la distancia entre el arte y la vida pasarán a ser finalmente las marcas distintivas de un director que ahora simplemente intentaba emular la vida a través del arte. Por eso decimos que esa imagen final de la bola de fuego que envuelve la pantalla expresaba la autoinmolación de Luis Buñuel, la clausura de su proyecto artístico revolucionario de vanguardia. Era en definitiva el último acto creativo de destrucción de su propia obra por parte de un artista magistral.