En una época en que se pretenden abolir las distancias entre alta y baja cultura, cultura artística y cultura popular, arte y espectáculo: ¿tiene sentido hablar de los grandes maestros del cine? Una vez que se ha decretado el fin del arte, de las ideologías, de las utopías y de tantas otras cuestiones sustantivas: ¿no sería ya el tiempo de decretar también el fin de los grandes maestros?
Cuando volvemos la vista al pasado, y repasamos las obras de quienes avanzaron enseñando el arte de la cinematografía, no lo hacemos con la intención nostálgica de quien encuentra finiquitada cualquier posibilidad real de encontrar nuevos medios expresivos. Por el contrario, lo hacemos porque entendemos que una señal de maestría radica en dejar abiertos caminos para una expresión artística auténtica. Los grandes maestros trabajaron esas posibilidades. Negarlos y no reconocer sus influencias, pretender que ya no tienen nada que ofrecer siendo que nos encontramos inmersos en la actual cultura de la inmediatez, no creemos que sea la mejor forma de superar su maestría.
Y esto último, el anhelo de superación expresiva, es lo que los grandes maestros, si fueron tales, aún hoy nos incentivan a cultivar y desarrollar. Tal como afirma Tarkovski: «En contacto con una obra de arte como ésa, el observador experimenta una conmoción profunda, purificadora.
En esta tensión específica que surge entre una obra maestra del arte y quien la contempla, las personas toman conciencia de los mejores aspectos de su ser, que ahora exigen liberarse. Nos reconocemos y descubrimos a nosotros mismos: en ese momento, en la inagotabilidad de nuestros propios sentimientos». Sí, en ciertas áreas, volver la vista atrás puede ser una forma de mirar para adelante.