El cine de Akira Kurosawa

Posted on Jun 16, 2005

«Es una reflexión acerca de la vida, y la vida no siempre tiene unos significados claros».

Este comentario de Akira Kurosawa (1910 – 1998) a propósito de una de sus pelí­culas más conocidas, «Rashomon» (León de Oro, Festival de Venecia, 1951), es una buena sí­ntesis del significado de las búsquedas y motivaciones últimas de este gran «sensei» (maestro) de la cinematografí­a mundial. La verdad como una cuestión relativa al punto de vista de los hombres, siempre subjetiva, pasó a ser, décadas después, uno de los grandes tópicos del postmodernismo cultural y filosófico. Esta búsqueda vital del significado de la naturaleza humana, sus ambivalencias y sus contradicciones, podí­a asumir en Kurosawa formas y contenidos diferentes a lo largo de su profusa producción cinematográfica. Sin embargo, lo notable de este director es que detrás de esa multiplicidad de enfoques existe una profunda unidad temática y conceptual a lo largo de su obra: desde aquellas pelí­culas de corte épico, de ambientación medieval («Los siete samurai», «Trono de sangre», «La fortaleza escondida», «Yojimbo», «Sanjuro», «Kagemusha», «Ran»), que fueron tal vez «vendidas» como exóticas a Occidente por parte de la distribución internacional, hasta sus primeras obras («El ángel ebrio», «Perro rabioso», «Escándalo») que claramente conectaban con una realidad polí­tica y social muy similar a la existente en Europa a partir de la segunda posguerra y que el neorrealismo italiano expresó artí­sticamente con notable carga emotiva.

Kurosawa - Los Siete Samurais

Justamente, es en este perí­odo «realista», anclado en un presente miserable y desvastado, que Kurosawa logra una culminación en su afanosa búsqueda de un sentido para la vida. En «Vivir», lo que el maestro nos sugiere es esa terrible paradoja, esa verdad esencial permanentemente actualizada, de que se puede estar muerto a pesar de que se piense que se está viviendo, y de que muchas veces sólo es posible vivir cuando se sabe que se va a morir.

El uso de diversos géneros cinematográficos, la representación situada en un pasado lejano o bien en un presente caótico, el manejo magistral de diversas disciplinas artí­sticas articuladas cinematográficamente (música, pintura, teatro, arquitectura, escultura, danza, etc.) adoptan en Kurosawa un fuerte carácter constructivo, afirmativo de las constantes de su obra: las dificultades de la convivencia humana («Trono de sangre»), del reconocimiento de la verdad («Rashomon»), las dificultades para lograr un equilibro entre el hombre y la naturaleza («Dersu Uzala»), lo relativo de las cosas (¿quién gana y quién pierde en «Los siete samurai»?), las ambigüedades del comportamiento humano (el valor y la cobardí­a en «La fortaleza escondida»), sin descuidar la crí­tica feroz a males más «terrenales» (el capitalismo japonés en «Los malos duermen bien»).

El arte de Kurosawa implicó muchas veces una lectura cinematográfica de grandes autores de la literatura mundial: Dostoievski («El idiota»), Shakespeare («Trono de sangre»), Gorki («Los bajos fondos»), así­ como autores menos conocidos (Ed McBain, en «El cielo y el infierno»), y varios de su paí­s (Akutagawa, en «Rashomon», Shugoro Yamamoto en «Dodes’ka-den» y «Bondad humana»). En ese sentido, la obra de Kurosawa tiene una impronta cultural tí­picamente japonesa pero que adquiere un claro carácter cosmopolita por su temática y búsquedas expresivas. Este carácter universal cobra especial relevancia en estos tiempos, cuando asuntos como la diversidad cultural, la xenofobia, el multiculturalismo, la cultura nacional o la cultura global son moneda corriente en las discusiones académicas, pero también en las discusiones sobre polí­ticas culturales.

Un capí­tulo aparte merece el manejo en Kurosawa de las herramientas del lenguaje cinematográfico. Intérpretes acróbatas, un rendimiento espectacular de la música a partir de elementos mí­nimos, una puesta en escena donde la cámara (en ocasiones usa varias) y sus movimientos están meticulosamente definidos de antemano y, finalmente, un uso del montaje que difí­cilmente haya sido superado. En la fase final de su vida, sus pelí­culas adquieren un tono melancólico y contemplativo, producto de una profunda sabidurí­a y madurez creativa («Los sueños», «Rapsodia en agosto», «Madadayo»).

En plena era individualista y consumista, cuando la frivolidad y la chabacanerí­a son las marcas registradas de la época, cuando la levedad conceptual convive con la pirotecnia tecnológica, frente a ello, el encuentro con la potencia expresiva de Kurosawa es una tarea ineludible. Con esta retrospectiva casi completa de su obra, Dodecá se propone acercar especialmente a los jóvenes, las nuevas generaciones, la compleja producción artí­stica y el profundo humanismo de este artista mayor.