Crítica de Jorge Ruffinelli

Un puente demasiado largo – Uruguay 2007, 88 minutos Director: Alejandro Ventura y Matías Ventura. Guión: Alejandro Ventura y Matías Ventura. Productor: Cristina Bausero y Alejandro Ventura. Fotografía: Sebastián Bugna. Cámara: Micaela Mesa, Matías Rey. Música: Matías Ventura y Santiago Ventura. Asistente de dirección: Federico Rodríguez. Diseño de sonido: Matías Ventura. Posproducción de imagen y efectos: Sebastián Bugna y Matías Ventura. Intérpretes: Belén Babtista, Micaela Mesa, Santiago Ventura. Productora: DODECÁ.

El diferendo entre los habitantes de ambas costas el Río Uruguay a la altura de Gualeguaychú-Fray Bentos surgió cuando el puente que une ambas riberas fue bloqueado por los argentinos en protesta por la fábrica finlandesa de celulosa Botnia, que en 2003 levantó en suelo uruguayo una filial con el plan de producir un millón de toneladas de celulosa al año. Los beneficios para la zona uruguaya parecían evidentes, dada la fuente de trabajo que así emergía, pero las acusaciones de contaminación del río no se hicieron esperar y llevaron a establecer piquetes de resistencia de la parte argentina, y a generar un conflicto político internacional entre ambos países.

Ya existe media docena de documentales sobre este tema, y Un puente demasiado largo incluye referencias a uno de ellos, en su momento aún no estrenado aunque promisiblemente provocador (“contra” los argentinos): El gran simulador (Eduardo Montes-Bradley, 2007). Estableciendo una distancia (o equidistancia) entre las posiciones antagónicas de los “hermanos” de ambas riberas, Un puente demasiado largo se propone escuchar las razones y sinrazones de ambos bandos, tal vez consciente a que, dado que es un documental uruguayo, la “toma de partido” nacionalista sería un obstáculo más que una facilidad para el diálogo. Se advierte, entonces, una propuesta constructiva sobre el tema, a la vez que una voluntad formal que aleja al documental del estilo reporteril y periodístico (aunque se apropia de varios jugosos momentos televisivos) para asumir el estilo de una forma seria de hacer cine.

En este último sentido, es curioso que el documental se interpele a sí mismo, porque implícitamente aparecen en él los alumnos de la escuela de cine DODECÁ, ya sea en un par de secuencias marítimas, como en otras en que tres jóvenes observan inexpresivos al propio documental (que así se desdobla) en tres pantallas, todo ello en una discutible experimentación que no añade más que un gesto al total.

Es en el total donde Un puente demasiado largo encuentra sus mejores momentos, diríase en una dialéctica entre las dos fuerzas antagónicas (el trabajo y la productividad versus el temor a la contaminación como “fin del mundo”), y sin forzar la mano, respetando su voluntad de objetividad y equidistancia, es obvio que el resultado (es decir, la síntesis resultante de la dialéctica) es favorable a la posición uruguaya. ¿Por qué? Porque, salvo en una “visita” que los argentinos anti-Botnia hacen a Montevideo y a su centro simbólico, la Plaza Independencia, no hay agresividad uruguaya, y en cambio, pese a los reclamos de “hermandad” histórica entre los dos pueblos, la agresividad argentina es notoria y notable. Va de no atender a sus clientes, en sus negocios, si éstos son “uruguayos”, a jurar una rebeldía constante y un cierre eterno al puente. La argumentación argentina carece de pruebas, se funda en la idea de una contaminación que, en cambio, no parece existir en las cuatro plantas de Botnia en Finlandia (país cuidadoso del medio ambiente), o en malos olores de los que nadie certifica su existencia. La masa argentina tiende a constituirse en turba, y al final hay la amenaza de una suerte de “invasión” de miles de argentinos a la costa uruguaya con la intención de destruir Botnia a martillazos (como el “muro de Berlín”, alguno dice).

Del lado uruguayo, la ciudad de Fray Bentos parece demasiado pacífica, dominguera, sin gente. Los documentalistas visitan las casas de los obreros y trabajadores de Botnia, sin explicarnos por qué muchos son brasileros, chilenos, hasta argentinos —como uno de los obreros indica—, pero escasos uruguayos. Es muy interesante —aunque insuficiente— ese recorrido por la cotidianidad de los obreros, precisamente en un día de asueto debido a la muerte de un trabajador. Por otro lado, también se muestran las construcciones algo más “lujosas”, se supone que de altos empleados, y el uso de la playa. Como siempre, las diferencias sociales no necesitan subrayarse, porque están a la vista.

El documental incorpora fragmentos de algunos programas televisivos en los que este duelo uruguayo-argentino parece dirimirse como en esos programas norteamericanos de competencia por premios en metálico. No hay duda de que la televisión ha intentado sacar su tajada de este drama social, explotando un diferendo que viene de atrás, de una historia más profunda. Ese antecedente histórico se advierte cuando algún argentino dice simplemente, como provocación, que Uruguay era una provincia de Argentina. También cuando el ex presidente Vázquez señala con orgullo nacional, que Uruguay no va a ser “patoteado” (víctima de abuso por un grupo más fuerte). En un momento, los presidentes Kirchner y Vázquez parecen llegar a un acuerdo: promover que Botnia cancele por tres meses la construcción de su planta, y que los argentinos de Gualeguaychú levanten el bloqueo. Lo cual es ásperamente criticado por el ex presidente Jorge Batlle, con razón: Kirchner exhibe falta de autoridad ante quienes delinquen cerrando las vías públicas, y Vázquez demuestra debilidad ante una empresa con la que su propio gobierno ha llegado a acuerdos.

En este sentido, lo más vivo e interesante del documental son las opiniones populares, recogidas, en el suelo argentino, al calor de un activismo que no se había visto antes en la región, y de la uruguaya, con ciertos resquemores por la tradición histórica de la pretensión de superioridad argentina ante sus vecinos uruguayos. Algunos argumentan —y la idea interesante queda en el aire— si la reacción argentina no se deberá a que la planta no fue establecida en su propia orilla. Otros recuerdan que Argentina tiene empresas contaminantes que nunca generaron el fervor masivo de rechazo que generó Botnia en suelo uruguayo.

Un puente demasiado largo podría proponerse como un modelo de documental para tratar problemas candentes: es necesario el uso de la observación, y la capacidad de oír argumentos opuestos, por absurdos que éstos parezcan. No hay otro modo, para evitar el chauvinismo y la manipulación ideológica, que el camino elegido. Eso lo convierte en un documental sobrio, inteligente, hábil, capaz de pensar y de incentivar al espectador a que piense.

Jorge Ruffinelli, Profesor y Director del Departamento de culturas ibéricas y latinoamericanas de la Universidad de Stanford