Tiempos modernos no es pues más que una sucesión de situaciones cómicas cuyo protagonista es Charlot, y el tema común la vida industrial y sus consecuencias. En este aspecto es cierto que el filmees bastante distinto a los largometrajes precedentes y en especial a Luces de la ciudad, considerado a menudo su obra maestra; pero quizá sea precisamente ahí donde reside su superioridad. En efecto, lo que suele alabarse de Luces de la ciudad es la fuerza sentimental y la profundidad psicológica de la intriga, la más armoniosa salida del cerebro de Chaplin (Candilejas aparte). Queda por saber si la psicología y el sentimiento son en este ámbito un progreso. Con Tiempos modernos no se llora pero se reanuda, más allá de la evolución psicológica que empieza en la obra de Chaplin después de Una mujer de París y la producción United Artist, la pureza de estilo de los filmes de la First National, filmes como ¡Armas al hombro! y El peregrino que procedían directamente de la escuela burlesca de Mack Sennet. La psicología y el sentimiento nada tenían que ver con ellos. Sólo la exigencia del estilo cómico y la lógica del personaje presidían el desarrollo de los gags. Del mismo modo sería imposible encontrar en Tiempos modernos una sola escena que “ilustrara” una idea abstracta previa. Por el contrario es la idea la que se desprende de una situación que la rebasa por todas partes. Además, ¿se puede hablar de ideas? Éstas no son más que el subproducto, el residuo de ésta mitología del mundo moderno que se expresa en los altercados del hombre con la sociedad industrial.Tiempos modernos aparece, con mucha más claridad que las grandes tramoyas decorativas salidas del expresionismo alemán (e incluso que el cine de René Clair, que tenía estilo pero carecía de personajes) como la única fábula cinematográfica a la medida de la angustia del hombre del siglo XX frente a la mecanización social y técnica. Se ve pues que ese retorno a las fuentes burlescas (del que es además testigo la presencia de viejos compañeros como Chester Conklin y Henry Bergman), no es en absoluto una regresión, ya que con él la técnica cómica se purifica y adquiere una elevación y un rigor clásicos al contacto con el gran tema de orquesta.Ya en la mayor parte de sus películas, Charlot nos había hecho reír con sus enfrentamientos con los objetos. La socarrona animosidad de una escalera, de un despertador, de una cama basculante… le habían proporcionado inagotables gags. Además, Charlot usaba contra su hostilidad una astucia muy ingeniosa, encontrándoles un empleo distinto al que estaban destinados. Para desconcertar y así turbar la mala intención de las cosas, fingía tomarlas por otras. En Tiempos modernos encontramos un residuo de esa técnica cuando propone al mecánico, cuya engrasadora acaba de aplastar, servirse de ella a modo de pala. Pero el filme completo debe más bien ser considerado como una transposición de ese conflicto del hombre con las cosas que ha creado, sirviéndose de la máquina, al nivel de la historia y de la sociedad. Lo que era tan sólo el motor de gags particulares se convierte aquí en el tema general y moral de todo el film.
Desde El peregrino, o incluso desde ¡Armas al hombro! —que no acaba de tratar la guerra con la suficiente gravedad— hasta Tiempos modernos, la evolución del estilo resulta evidente; como dela pantomima al ballet. Es sorprendente que se haya podido criticar la dirección de Tiempos modernos, ver en ella torpeza y cortedad cuando lo que choca en la actualidad es por el contrario la depuración, el rigor y la soltura. La escena del puro, después del arresto por no haber pagado la consumición, con el encuadre que oculta al policía a los ojos del comerciante, la del pato asado en el restaurante, con la discreta elevación de la cámara que muestra la bandeja servida flotando sobre el oleaje de la gente al bailar, son de una precisión insuperable. Esto sin hacer mención de la música, que mantiene siempre relaciones constantes y rigurosas con la puesta en escena.
Es cierto que en 1936 nuevos estilos cómicos se habían impuesto con la aparición del sonoro. Por un lado el de la comedia americana (Frank Capra), por otro el absurdo delirio de los hermanos Marx y de W.C. Fields. La película de Chaplin, totalmente muda además, parecía anticuada y anacrónica. Pero el tiempo, borrando las perspectivas, la restituye a su clasicismo y demuestra claramente que más allá de los estilos, lo importante es el estilo. Y más que el estilo, el talento.
Andrè Bazin (1954)