¿Cómo queréis que no muriera joven si hizo él solo lo esencial del nuevo cine alemán?
Jean-Luc Godard
En Berlin Alexanderplatz se admite que los individuos aparentemente imperceptibles, irrelevantes e insignificantes tengan emociones, sentimientos, momentos de felicidad, anhelos, satisfacciones, dolores, angustias, remordimientos de conciencia, todos ellos objetivamente minúsculos y completamente mediocres. Alos denominados “pequeños”, se les otorga la misma grandeza que el arte generalmente sólo concede a los denominados “grandes”. Los seres humanos de los que Döblin habla en Berlin Alexanderplatz, en particular, naturalmente, el protagonista, Franz Biberkopf, antiguo transportista y posterior chulo, tienen un subconsciente tan diferenciado y una fantasía y apasionamiento tan increíbles que no tendrían nada que envidiar a la mayoría de personajes de la literatura universal, por muy eruditos, agudos intelectuales y grandes amantes —nombro sólo algunos de los prototípicos— que fueran (hasta donde llegan mis conocimientos, naturalmente).
Estoy bastante seguro de que la actitud de Döblin ante sus personajes, estas criaturas sin duda míseras e insignificantes, está influida por los descubrimientos de Sigmund Freud, aunque Döblin lo ha discutido repetidamente. Por lo tanto Berlin Alexanderplatz sería probablemente el primer intento de trasladar al arte los conocimientos freudianos. Primero, eso.
En segundo lugar, Döblin narra cada retazo de la acción, por banal que sea, como un suceso muy importante y grandioso en sí, casi siempre como parte de una mitología sólo aparentemente secreta y, además, como una trasposición de aspectos religiosos, sea cristianos sea judíos.
Döblin, que había abandonado la fe judía para hacerse católico, tenía más problemas con la religión de lo que suele ser corriente. Quizá por eso intentó dominar estos problemas, descubrir y narrar lo que hay de específicamente religioso en las cosas habituales.
Formulándolo de forma simplificada, esto significa que ningún momento de la acción, aunque esté completo y sea totalmente suficiente, está sólo para sí mismo sino como momento de una segunda narración diferente, impenetrable y misteriosa; forma parte, pues, de una segunda novela dentro de la novela o, quizá, forma parte también de una mitología privada del autor. Pero esto es algo que no quiero decidir de momento.
En tercer lugar está la técnica narrativa que Döblin inventó, o quizá sólo eligió, para Berlin Alexanderplatz. Por lo demás, no considero importante en absoluto preguntarse si la inventó o no. Lo decisivo es si un autor elige los medios correctos para sus intenciones, no si los inventa. De eso pueden ocuparse los historiadores de la literatura pero no es importante para el lector que tiene la suerte de leer una novela para la que el autor ha sabido encontrar la forma adecuada. Alfred Döblin lo hizo con una seguridad de sonámbulo en Berlin Alexanderplatz.
Marzo de 1980
Las ciudades del hombre y su alma, fragmento,
Reiner Werner Fassbinder