El cine de Chris Marker

Posted on Ago 01, 2010

La obra de Chris Marker (Francia, 1921) es fundamentalmente documental, salvo por La Jetée, un clásico del cine mundial. Su cine ha sentado las bases de lo que hoy se conoce como documental creativo y ha influido a generaciones de directores del siglo XX, pero ha sido desconocida para el público en general. Este mes nos aproximamos a su obra con varias de sus películas fundamentales.

Era un objeto de forma curiosa. Una cajita de metal con los bordes redondeados e irregulares, con un agujero rectangular en el medio y, en el otro lado, un visor minúsculo, del tamaño de un euro. Con cuidado, había que introducir por arriba un fragmento de película (de película de verdad, con perforaciones y todo) y una ruedecilla de goma la bloqueaba. Al hacer girar un botón, la película se desplegaba, fotograma a fotograma. A decir verdad, cada fotograma representaba una toma distinta, así que aquello parecía más un visionado de diapositivas que un home cinema, a pesar de que las escenas eran planos magníficamente reproducidos de películas famosas: de Chaplin, Ben Hur, el Napoleón de Abel Gance… Si eras rico podías introducir la cajita en una especie de linterna mágica y proyectar las escenas sobre la pared (o sobre una pantalla, si eras muy rico). Yo tenía que contentarme con la versión más básica: apretar el ojo contra el visor y mirar. Este artilugio, ya olvidado, se llamaba Pathéorama. El nombre se podía leer en letras doradas sobre un fondo negro, con el legendario gallo Pathé cacareando ante un sol naciente.

El placer egoísta del poder mirar yo solo imágenes que pertenecían al inaccesible mundo del cine generó muy pronto un subproducto dialéctico: cuando aún no podía imaginar que tendría nada en común con el proceso del cine (cuyos principios básicos quedaban, como es natural, lejos de mi comprensión), había algo de la propia película que estaba a mi alcance, pedazos de celuloide que no eran muy distintos de los negativos fotográficos que te devolvían del laboratorio. Era algo que podía oler y tocar, algo del mundo real. ¿Y por qué (insinuaba mi Pepito Grillo dialéctico) no podría yo, por mi parte, hacer algo del mismo estilo? No necesitaba más que material translúcido y las dimensiones correctas. (Las perforaciones estaban ahí para hacer bonito, la ruedecilla las ignoraba). Así que con tijeras, pegamento y papel de calco hice una buena copia de la película del modelo Pathéorama. Después comencé a dibujar, fotograma a fotograma, una serie de posturas de mi gato (¿de quién si no?), con algunos intertítulos. Y de repente, el gato formaba parte del mismo universo que los personajes de Ben Hur o Napoleón. Había pasado al otro lado del espejo.

De los amigos de la escuela, Jonathan era el que tenía más prestigio; estaba dotado para la mecánica y tenía bastante inventiva. Diseñaba maquetas de teatro con telones deslizantes y luces intermitentes, y una orquesta en miniatura que surgía del foso mientras en un gramófono a manivela sonaba una marcha triunfal. Así pues, fue lógico que quisiera que fuera el primero en ver mi obra maestra. Yo estaba bastante orgulloso del resultado, y desplegué las aventuras del gato Riri, que presenté como “mi película”. Jonathan me hizo volver a la realidad. “Las películas tienen que moverse, estúpido”, me dijo. No se puede hacer una película con imágenes quietas”.

Pasaron 30 años. Entonces rodé La Jetée.

Chris Marker