La persistencia del equipo creador que reúne a Nikita Mikhalkov con Aleksandr Adabashyan da a los films del director una sólida unidad expresiva. Los dos suelen firmar los libretos, y son por lo tanto responsables comunes de las acciones de los personajes, de sus diálogos, de todos los mecanismos que hacen progresar la trama y de los recursos expresivos. Pero además Adabashyan tiene responsabilidad en el decorado, y los films muestran un alto grado de preocupación en ese sentido. El control riguroso de todos los medios visuales tiene una base importante en el juego interpretativo: hay brillos notables en los elencos de Mikhalkov, como consecuencia de una honda comprensión de las motivaciones y posibilidades de cada personaje con vistas al resultado global.
La seguridad de contar con esa firme herramienta permite a Mikhalkov armar sus temas en planos largos, de duración extensa, donde las situaciones fluyen sin quebrarse, donde los personajes parecen siempre integrados a una situación total que no depende del momento. Por eso el curso de vida que les asigna cada film no se interrumpe por ocasionales escapes, mientras la cámara participa en la integración del personaje con el ambiente, con los objetos, con los demás agonistas.
Otra perspectiva sobre el cine de Mikhalkov permite detectar en él a uno de los testigos más críticos del último período de la historia y la sociedad soviéticas. Si La esclava del amor o Pieza inconclusa para piano mecánico podrían ser entendidos como ejercicios de «crítica social retrospectiva» (la denuncia de maldades prerrevolucionarias, que se convierten en justificación indirecta del presente), el acercamiento en el tiempo de sus films posteriores permitiría comprobar sin embargo que Mikhalkov no era ningún conformista. Los cuestionamientos de Cinco tardes y su reivindicación de un antihéroe casi bogartiano, el retrato crítico de conductas de La parentela (uno de los films más cuestionadores de la pre–perestroika), y hasta las burlas a la burocracia de Ojos negros, que se ubican en el pasado pero tienen resonancias contemporáneas, confirman en Mikhalkov a un hombre de su tiempo y un testigo nada complaciente de su sociedad.
Continua este mes el repaso de la obra de Nikita Mikhalkov.