Cine y sociedad: La confusión balcánica

Posted on Feb 15, 2002

La cronologí­a no siempre coincide con la historia. Por ello podemos decir que las «nuevas guerras», las del tercer milenio, no se inauguran en Afganistán. Otras anteriores, como podrí­an ser las guerras tribales en Africa (Somalí­a, Congo) o el conflicto entre kurdos e iraquí­es, o los enfrentamientos que se desarrollan en las ex repúblicas soviéticas (como la de Chechenia), e incluso la guerra de Kosovo, última etapa de la descomposición de Yugoslavia, todas ellas, tienen rasgos en común que, anticipadamente, hacen que las veamos como guerras del tercer milenio.

¿Cuáles son esos rasgos? Un aspecto fundamental de las «nuevas guerras» consiste en combinar alta tecnologí­a armamentista con la exacerbación etno – lingüí­stica de los enfrentamientos tribales (de raí­ces ancestrales, en muchos casos). Kosovares, croatas, serbios, bosnios, herzegovinos, macedonios, albaneses se enfrentaron de un modo sangriento en la guerra de los Balcanes. En la actualidad se trata de pashtunes, tayikos, hazaras, uzbekos, kirguí­s, baluches. La historia se repite. Las etnias se movilizan unas contra otras. Luchan, mueren, matan, arrasan con los derechos humanos en la disputa de poblados, rutas y territorios. Cuanto más progresan las tecnologí­as bélicas, cuanto más sofisticado es el armamento que se usa, mayor es el número de civiles no combatientes que mueren. Pero ello no impide que las guerras sigan llevándose adelante con una saña ciega. El rasgo étnico del adversario, sea o no combatiente, es un motivo suficiente para su aniquilación. No obstante, apenas nos movemos un poco más allá de los escenarios del enfrentamiento tribal, vemos que todo parece responder a intereses que nada tienen que ver con las necesidades reales de esos pueblos y tribus. Intereses geopolí­ticos, económicos y militares, propios del ámbito global de las sociedades, aparecen como la matriz de fondo sobre la que se inscriben esos caracteres locales de las comunidades en conflicto.

Las «nuevas guerras», ya antes de estallar, se configuran como acontecimientos mediáticos. Como sucede con tantas otras cosas, es sabido que si las guerras no se ven, si no aparecen en los medios de comunicación masivos, no existen. Y pareciera que los medios solo se ocupan de la polí­tica internacional en los momentos de mayor convulsión y confusión local. Luego, las guerras pasan al olvido. ¿Cuántas personas podrí­an decirnos hoy, apenas dos años después de los acontecimientos, cual es la situación de Kosovo o en qué estado ha quedado Sarajevo? ¿Y cuántos podrán repetir dentro de un par de años los nombres de Kabul, Kandahar, Mazar-e-Sharif? Seguramente pocos, muy pocos.

A diferencia de ese manejo mediático de las guerras, el cine nos brinda otras posibilidades. El relato y la imagen cinematográfica, cuando no son pura propaganda bélica, no solo reflejan de un modo más fiel los acontecimientos, sino que además nos permiten auscultar profundamente los desgarros sociales e individuales que acarrearon y acarrean esos conflictos. El cine nos proporciona mejor información, una sensibilidad más profunda, la posibilidad de reflexionar con cierta distancia crí­tica de los acontecimientos y un resguardo para la memoria: elementos indispensables para una cultura de paz.

Estas cuatro pelí­culas de indudable valor cinematográfico son, para el caso de los Balcanes, un buen ejemplo de todo ello.