Hay una unidad de tema y tono en los cinco films que integran este ciclo, con personajes que se aproximan al crepúsculo de la vida y los temas (que son los de la poesía lírica) del paso del tiempo y la cercanía de la muerte.
En el crepúsculo todo definitivamente cambia. Desde allí se puede mirar el pasado buscando encontrar en él cosas diferentes: la infancia y la juventud perdidas, respuestas a interrogantes básicas de la vida, tal vez las raíces misteriosas de la existencia. Pero también se puede, llegados a ese límite, intentar un replanteo radical de lo vivido o de lo no vivido.
A veces solo se logra hacer algo constructivo en la vida, cuando se sabe se está condenado a morir. Es en ese momento, en el crepúsculo, cuando se advierte por primera, pero única vez, que la vida puede llegar a tener algún sentido. Es recién ahí, en ese último acto afirmativo, cuando trágicamente se reconoce que todo podría haber sido diferente, que hubiera valido la pena hacerlo de otra manera. Pero ya es demasiado tarde…
Este conjunto de películas expresan con vigor y sutileza este abanico de posibilidades. Se trata de una selección de calidades realmente estimables, que en dos o tres casos por lo menos llegan o se aproximan a la maestría. Por cierto, hay diferencias de estilo entre ellas porque Las ballenas de agosto es también una celebración de dos divas del cine (Lilian Gish y Bette Davis), Vivir de Kurosawa es un drama mayor y también la manifestación de cierto humanismo escéptico, Viaje al principio del mundo y Las señoritas de Wilco establecen, proustianamente, ciertos contrastes entre pasado y presente.
El ciclo continuará los próximos meses.