Dodecá

La idea de dispararle con dardos a Solís es, sin duda, provocativa. Esperemos que, por los oscuros mecanismos que la artista sospecha, se logre, luego de ese instante de descarga de adrenalina y de consubstanciación con los indios que le dispararon originalmente, el propósito de “intercambiar razones en forma dialéctica, para aclarar las discrepancias y marcar las coincidencias”.

Reflexionando sobre esos, y otros episodios relativos al encuentro entre diferentes culturas, estoy cada vez más convencido de que la “intelectualización” de los mismos, hecha, más acá o más allá, desde una élite europeocentrista, ha oscurecido, a partir del énfasis puesto en identificar al “otro”, nuestra capacidad de reconstruir aquellos momentos.

Todos somos “otro” para nuestros semejantes y, pese a ello (o gracias a), vivimos necesariamente interrelacionados. Estoy convencido que, pese a toda la presión emocional de descubrir a otras gentes, ni los indios, ni los europeos, creyeron estar frente a otra cosa que gente y que reaccionaron como reacciona cualquiera: agresión contra agresión, gesto amable contra gesto amable, etc.

Después, en el correr de pocos lustros, se impuso el bilingüismo, las amistades, las enemistades, el amor y el odio. El concepto de indio como “otro” vendrá después, paradojalmente impulsado por los mestizos culturales, que no ignoraban, aunque sea instintivamente, cuán cerca estaban, cultural y biológicamente, del “otro”, pero que precisaban de suafiliación “europea” para mantener su nuevo estatus.

Esos nuevos “indios”, como no eran menos inteligentes que los otros y, rápidamente, apreciaron los pro y los contra de su situación y —entiendo que es un aspecto clave poco analizado— supieron especular con la misma situándose, según su conveniencia, dentro o fuera de la sutil legalidad vigente.