Andrei Tarkovski y la escalinata de la memoria

Alejandro Ventura Comas 
Doctor en Comunicación (Universidad Pompeu Fabra)
alejandro@dodeca.org

En el año 1983, Andrei Tarkovski realiza Nostalgia, su primer filme fuera de la Unión Soviética porque “quería hablar de un estado anímico que surge en nosotros los rusos cuando estamos muy lejos de nuestra patria”. Ese proyecto estético de la memoria, que se presenta con imágenes recurrentes en tono sepia de la dacha familiar, alcanza su paroxismo en la extensa secuencia de la auto inmolación de Domenico, ese personaje excéntrico que utiliza Tarkovski para reivindicar el sentido espiritual de la vida frente al materialismo consumista de la posmodernidad. Esa secuencia adquiere una relevancia particular cuando Domenico profiere su proclama en la plaza del Campidoglio en Roma ante un público impávido con varios personajes que aparecen como suspendidos en el espacio y el tiempo, separados entre sí por diferentes tramos de una escalinata. En ese instante, el dispositivo simbólico utilizado por Tarkovski adquiere una vía de comunicación con otra escalinata famosa, pero ésta de 1925: la de El acorazado Potemkin de Serguei Eisenstein. Claro que, en lugar de aquella exaltación épica de las masas oprimidas, lo que aparece ahora es inacción y parálisis ante el discurso de ese intermediario espiritual que es Domenico; en lugar de la disolución del individuo en el colectivo revolucionario de Potemkin, el grito inocuo del desespero y sacrificio individual en Nostalgia. La propuesta de la ponencia es analizar, desde la perspectiva estética de la memoria en el cine, el sentido conceptual diametralmente opuesto de estas dos obras maestras.