El fin de la autodestrucción como redención (final)

Alejandro Ventura
Doctorando en Comunicación (Universidad Pompeu Fabra)

A comienzos de 2017 se estrena a nivel mundial T2: Trainspotting, una secuela del original de 1996. El argumento del filme es  simple: se trata del regreso a Edimburgo de Renton veinte años después para redimirse con sus amigos traicionados una vez que ha fracasado en su proyecto vital en Amsterdam (se va a divorciar, perderá el trabajo y ha sufrido una insuficiencia coronaria). Este “retorno al redil” tiene un alcance que debería ir más allá de considerarlo —como lo han hecho muchos analistas— un   innecesario ejercicio de nostalgia. Por el contrario, para nosotros la operación que lleva adelante su director Danny Boyle, es bastante más compleja: se trataría de desmantelar y sepultar definitivamente aquel exquisito cinismo del original a través de la eliminación de la centralidad arquetípica que tenía Renton. ¿Es esta la manera que tiene el director de expresar que el personaje definitivamente se ha detenido en el momento conformista de su anterior oscilación perenne? Parecería que sí. Lo que es claro es que en lugar de aquel monólogo interior omnisciente del original, ahora el control de la historia es transferida —vía escritura formato novela— a Spud, el más naif e inepto de los personajes de Trainspotting; en lugar de aquella sofisticada estructura narrativa de estribillos audiovisuales, ahora lo que queda es la monótona linealidad de un típico thriller de “ajuste de cuentas” con personajes que han envejecido detenidos en el tiempo. Aquella frenética corrida iniciática que se articulaba con la famosa frase “Elige la vida…” —y que eran el eje sobre el que se estructuraba la lúcida visión del relato pendular—, ahora son parodiadas al enmascararse los rostros con emojis —el nuevo lenguaje icónico de la era digital— mientras Renton trivializa su validez al reconocer que eran un simple divertimento de aquellos años juveniles. La traición, de ser un simple artilugio que se usaba para permitirle a Renton oscilar y justificar materialmente su ingreso cínico en el estado conformista, se transmuta —ahora en versión femenina— en un fin en sí mismo que justifica el cliché de “la historia que se repite” (Veronika, la joven búlgara explotada sexualmente por Sick Boy, induce a Spud a falsificar la firma de “sus amigos” para transferirse las cien mil libras del préstamo obtenido por aquellos). Después de la traición, Renton vuelve a su casa y, sin dramatismo —¡aunque haya sido despojado de su voz interior!— se queda bailando la canción del comienzo de Trainspotting, ahora en versión remix. El cuarto empapelado con trenes, aquel que en el pasado funcionaba como “cámara de tortura” en su proceso de abstinencia ocasional de la heroína, ahora en T2 se ha transformado —producto de un travelling vertiginoso— en un túnel espacio-temporal que recluye a un ser solitario en un presente de eternidad juvenil (como en The Picture of Dorian Gray, de Oscar Wilde). Pero eso sí, sin drogas, pues, paradójicamente, el joven cínico se ha “normalizado” y ahora a sus 46 años ya está libre de oscilaciones.


El fin de la autodestrucción como redención (Introducción)

El fin de la autodestrucción como redención (primera parte)