Gonzalo Curbelo – La diaria

Un muro demasiado alto

Gonzalo Curbelo

Miércoles 16 de abril de 2008

Producción de la Escuela de cine Dodecá, a estrenarse a principios de mayo, Un puente demasiado largo es la primera aproximación documental nacional al absurdo conflicto que enfrentó y enfrenta a las comunidades de Gualeguaychú y Fray Bentos, y por transitiva a Argentina y Uruguay, por la instalación de la fábrica Botnia. El enfrentamiento ya ha dado pie a dos estudios argentinos: ¡Que viva Gualeguay-chú! (Miguel Mirra, 2006) y No a los papelones (Eduardo Montes Bradley, 2007), dos productos más bien toscos y de fines eminente propagandísticos (y opuestos). Un puente demasiado largo está planteado, en cambio, desde un punto de vista objetivo y ecuánime, eligiendo no apelar a ningún sobreimpreso ni narración para establecer los hechos o las opiniones de los autores, pero algunas señales claras lo posicionan en un lugar más bien crítico hacia la opinión predominante en Uruguay, o al menos hacia las generalidades a las que nos vemos sumados, en muchos casos en contra de nuestra voluntad, en esta curiosa forma de orgullo nacional que se ha tomado como emblema un fábrica finlandesa que vierte sus desechos sobre le río que le da nombre a este país.

La película comienza con una sucesión de tomas de bolsas desechables de papel y luego pasa por otras de la elaboración de rollos de celulosa, implicando el destino irrelevante de dicha producción, Es decir, no se eligieron filmaciones de niños escribiendo en cuadernos o leyendo libros en una biblioteca para ejemplificar el destino del papel, lo que introduce una nota crítica ya desde el arranque, que luego continúa con registros de las acciones acuáticas de Greenpeace —tal vez los actores más olvidados hoy en día en este conflicto y a la vez los más denostados por no conformar a ninguna de las opiniones maniqueas— mientras en la banda de sonido se escucha al inefable Jorge Saravia explicando, o algo así, su propuesta de instrucción militar a los jóvenes uruguayos. Luego de ese comienzo y esa yuxtaposición no hace falta ningún narrador que explique que el documental no va a considerar la razón como una bondad exclusiva de los habitantes de la ROU.

Un puente demasiado largo adolece de una cierta indefinición de lenguaje y ritmo, que pasa del repaso lento de las opiniones de jóvenes preocupados (o no) por el problema a la introducción fragmentaria y yuxtapuesta de segmentos de noticieros. El parco método de presentación escogido hace que el filme sea básicamente inentendible para quienes no estén familiarizados ya con los hechos, por lo que la irrupción parcial de fragmentos periodísticos no llega a informar ni sobre el conflicto ni sobre la gente común que se había escogido como testigos.

Hay un documental —o un simple libro de historia— indignante aún por hacer, que es el que narre la abominable manipulación político-mediática de este problema ambiental hasta su conversión en un problema de nacionalidades. El último tercio de Un puente demasiado largoapunta un poco a eso (el periodista Pablo Tosquellas provocando al santo pedo a un ambientalista particularmente amistoso, Néstor Kirchner sacudiendo banderitas que ningún presidente con un mínimo de ubicación debería tocar ni con un palo). Esos momentos son escasos y muy parciales —la mayoría de ellos tomados de Canal 10, particularmente de Zona Urbana—, pero en realidad se alejan de los retratos mínimos que se proponían al principio.

Lo mejor y lo más revelador de Un puente demasiado largoes, posiblemente, la incursión que hace al patio trasero de Fray Bentos y su recorrido por las viviendas de los obreros de la fábrica, donde eligen hablar con algunos chilenos y brasileños que terminan pareciendo únicas voces serenas medianamente objetivas (a pesar de ser justamente empleados directos de Botnia) presentes en el documental. Pero el simple y detallado retrato edilicio del barrio obrero, su modestia y su uniformidad —contrastado con algunas tomas (excesivamente breves, de las ruinas del Frigorífico Anglo y de las ramblas y balnearios de Fray Bentos— son profundamente significantes acerca de los cambios sucedidos en esta ciudad del litoral.

Salvo estas escenas y los fragmentos iniciales, lo que predomina es lo discursivo, las voces de la gente común tocada en forma directa o indirecta por el conflicto, y si bien hay algunas intervenciones sensatas y articuladas en la sucesión de declaraciones recogidas (varias de ellas del lado argentino, algo que no suele verse en nuestros noticieros), la sensación general es de que casi ninguno de los entrevistados tiene la menor idea de lo que está hablando, lo cual no impide que sus declaraciones vayan subiendo de tono y agresividad a medida que el documental avanza en el tiempo, hasta hacer eclosión en las amenazas cuasi terroristas de algunos ambientalistas y en el registro de la agresión a algunos de ellos por parte de decenas de montevideanos en la Plaza Independencia, en febrero del 2007, unas imágenes que los meses pasados desde entonces hacen aun más bochornosas para los nacidos en este lado del río.

Hay algo profundamente deprimente en la sucesión de imbéciles, ignorantes y oportunistas —algunos de ellos muy notorios y famosos— de ambas orillas que desfilan frente a cámara repitiendo verdades a medias, suposiciones sin fundamentos, frases hechas, infantilismos, anormalidades y pelotudeces xenófobo-nacionalistas como si fueran verdades reveladas. Pero la historia del conflicto de los puentes es de por sí una historia deprimente de sorderas, incomprensiones y pequeñeces y eso definitivamente impregna todo Un puente demasiado largo. No había ningún motivo —al menos en el statu quoactual del problema— para filtrar rayos del sol esperanzados en este documental sobre la que tal vez no sea la hora más negra de la historia reciente de ambos países, pero que posiblemente sea la más necia.