Juventud y educación en un año electoral

Posted on Mar 28, 2014

La campaña electoral de este año en Uruguay estará marcada por dos temas excluyentes: la inseguridad y la educación.Los jóvenes aparecen como protagonistas decisivos a la hora de abordar ambos temas.

En lo que tiene que ver con la educación, desde el sistema político –incluida buena parte de la izquierda– se reconoce la severa crisis por la que ésta atraviesa, fundamentalmente la educación media con sus altas tasas de deserción y repetición, bajos niveles de desempeño estudiantil, etc. En general, más allá de cambios institucionales y programáticos (que ya se han ensayado y probado unos cuantos) hay consenso en focalizar y centralizar el proceso educativo en los jóvenes estudiantes. En este punto las posturas políticas van de considerar al estudiante “un cliente”, un sujeto que recibe un producto llamado conocimiento y que por lo tanto debería pagar de alguna forma por él, hasta actitudes condescendientes y hasta demagógicas que buscan darle un protagonismo decisivo en la toma de decisiones sobre políticas educativas.

No hay dudas de que el proceso educativo depende en buena medida de la vinculación motivacional retroalimentada que puedan establecer los docentes y los estudiantes; sin embargo, al final, lo determinante será siempre la actitud y la voluntad del joven de querer estudiar e integrarse en la sociedad que le proponen, y ello será, de alguna manera, independiente de los grados de exclusión socioeconómica que dicha sociedad pueda tener. Que un joven priorice o no la adquisición de conocimientos dentro de un marco riguroso y calificado –como pretende serlo la institución educativa– dependerá de la conflictividad que padezca por el hecho de ser joven en una determinada sociedad y un determinado tiempo histórico. En ese sentido cabría preguntarse las razones por las cuáles un joven actual debería desplazar y subordinar su interés por lo lúdico –los videojuegos, facebook, el chat– así como el culto al placer y al riesgo –drogas, picadas y adrenalina– en beneficio de un vetusto y monótono sistema de aprendizaje, cuando este mismo joven percibe que las calificaciones y las habilidades que recibe son de dudosa aplicación futura en un mundo cada vez más caótico y plagado de incertidumbres. Tal vez, para muchos jóvenes, sea más apetecible una gratificación inmediata –sin importar que los medios sean legítimos y que los resultados sean efímeros– que la apuesta a una formación intelectual de dudosos resultados y con muchos perdedores a la vista.

El curso de cine y educación que proponemos pretende demostrar que la juventud debe ser siempre considerada como una categoría conflictiva cuya expresión ha variado sustancialmente a lo largo de la historia.

Tomaremos como punto de partida la película “The freshman” (EE.UU, 1925), clásico de Harold Lloyd, uno de los genios del burlesco junto a Chaplin y Buster Keaton. En esta película se recrean los optimistas años locos de la década del ‘20 del siglo pasado en Estados Unidos y se establecen definitivamente los códigos de un subgénero cinematográfico ambientado en los campus universitarios, el cual ha sido retomado y reiterado hasta el hartazgo por el cine de Hollywood hasta nuestros días.

Con “Cero en conducta” (Francia, 1933) de Jean Vigo comenzaremos a visualizar un nuevo modo de expresión juvenil: la rebeldía contrasistémica, comportamiento juvenil que hará eclosión masiva, a nivel mundial, en los tumultuosos años ‘60, y que magistralmente se expresará posteriormente en “If…” (Inglaterra, 1968), película dirigida por uno de los más prominentes directores del Free Cinema británico, Lindsay Anderson.

A fines de los ‘80, cuando ya la rebeldía contracultural había fenecido y sólo quedaban las cenizas del nihilismo punk, el director australiano Peter Weir dirige la muy taquillera “La sociedad de los poetas muertos” (EE.UU, 1989). El éxito y la repercusión mundial de esta película se debió, no solo a su excelente fotografía y dirección de actores, sino –y fundamentalmente–, a una sólida estructura narrativa que conectó con la irrupción de un nuevo tipo de joven –apático y desencantado–, que, aún en su ostracismo, buscaba, de alguna manera, volver a sentir una pizca de aquella sensibilidad rebelde contrasistémica de la que eran portadores los jóvenes estudiantes sesentistas.

El 24 de mayo de 2008, “Entre los muros”, del director francés Laurent Cantet, gana la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Con esta película la conflictividad juvenil incorpora definitivamente las variables diversidad cultural y étnica como nuevos paradigmas que determinarán los derroteros de las sociedades europeas globalizadas del nuevo milenio. En el mismo año y en el mismo contexto europeo, la remake del director alemán Dennis Gansel, “La ola” (Alemania, 2008), hace emerger a la superficie una nueva actitud juvenil que claramente conecta con los valores clásicos del nazismo alemán, supuestamente desterrado de la sociedad alemana por el liberalismo de posguerra. Ahora, en plena globalización, el factor multirracial se transforma en franca xenofobia.

El curso culmina con otra película que ganó la Palma de oro en Cannes, “Elephant” (EE.UU, 2003), del director norteamericano Gus Van Sant. Esta película se inspira en un hecho real, la masacre de Columbine. Un par de jóvenes del instituto, sin mediar razón alguna, masacran a estudiantes y profesores al azar en un acto macabro y delirante. A partir de este hecho brutal es que se puede considerar que los años dorados e inocentes de Harold Lloyd han quedado –tal vez para siempre–, sepultados en el pasado. Ahora, definitivamente, la apatía y el cinismo se han instalado como típicos comportamientos juveniles, los cuáles –y vaya paradoja–, en determinadas circunstancias y superado cierto límite, se pueden transmutar perfectamente en su reverso, la violencia compulsiva. La gran lección cinematográfica de Gus Van Sant consiste en dejar abiertas a la libre interpretación todas las posibles hipótesis que puedan configurar una explicación plausible de esta terrible barbarie en un mundo que se presenta como civilizado y superdesarrollado. Ahora deberá ser el propio espectador el que asuma la responsabilidad última por las posibles respuestas y actuar en consecuencia (¿tal vez –y aplicado a nuestro país–, bajar la edad de imputabilidad penal de los jóvenes?).

El curso, que incluye el visionado y posterior análisis de las películas programadas, será dictado por el Soc. Alejandro Ventura. Comienza el viernes 4 de abril y culmina el 6 de junio.

TABLA boletín 7-año 13