La guerra en el cine de los grandes maestros | Segunda parte

Posted on Oct 01, 2010

Continuamos este mes con el ciclo sobre la guerra en el cine de los grandes maestros.

La segunda guerra mundial, con toda su carga de muerte y destrucción, pudo ser un motivo de sátira en manos de un maestro como Lubitsch (Ser o no ser), que burlándose del nazismo constituye un alegato corrosivo contra sus lacras, a la vez que transforma los cánones de la comedia en Norteamérica, imponiendo un nuevo estilo que conjuga distinción, audacia provocativa y sensualidad.

Kurosawa, por su parte, encontró en el despliegue bélico motivos para cuestionar los límites de la identidad del ser humano, su realidad y sus sombras (Kagemusha), iluminando en ese marco las coreografías de las relaciones de los seres humanos con el poder y con la destrucción a la que conduce la guerra.

Las atrocidades del militarismo fueron subrayadas en películas que se presentan como un claro manifiesto antibélico (Johnny cogió su fusil, Por la patria): películas que, justamente, caminan en la dirección contraria de la línea de fuego.

Y los “daños colaterales” —ese eufemismo macabro con el cual se quiere dar cuenta en la actualidad del modo en que, necesariamente, la sociedad civil, y en ella los individuos, y en ellos la naturaleza más íntima, terminan cargando con los desastres de la guerra— también representan en el cine de los grandes maestros motivos para trazar retratos y tejer historias notables y conmovedoras (El otro señor Klein, Adiós a los niños, El espíritu de la colmena, Noche y Bruma, Hiroshima mon amour, La guerra ha terminado).

Finalmente, la guerra civil, esa otra forma de la guerra, allí donde la resistencia popular, más o menos desarmada, enfrentó invasores o dictadores, encuentra en el cine una posibilidad de contar las historias que los triunfadores jamás admitirían (El acorazado Potemkin, El fin de San Petersburgo, La batalla de Chile).

Historias narradas a contrapelo de La Historia, historias filmadas a contrapelo del cine mainstream.