La zona más valiosa de la trayectoria de Francesco Rosi se inicia en 1962 con Salvatore Giuliano, un vasto cuadro social que utilizaba como eje la mitológica figura del famoso bandido siciliano.
Con pocas excepciones (la fábula de Y vivieron felices, el intermedio operístico de Carmen), su obra posterior se orientaría en esa misma dirección, con denuncias de corrupción política (Saqueo a la ciudad), aproximaciones críticas al mundo del toreo (El momento de la verdad), alegatos antibélicos (El asalto final), reflexiones sobre el poder en sus diversas manifestaciones (Lucky Luciano, Cadáveres ilustres, El caso Mattei). Su cine fue quizás el más significativo de la veta crítica con connotaciones políticas de los años sesenta y setenta, y su evolución posterior puede resultar no menos reveladora: Cristo se detuvo en Eboli o Tres hermanos se movieron en un terreno humanista más amplio, quizás más universal y abstracto, como si los sacudones sociales hubieran vuelto más problemáticas las seguridades de antaño. Sin embargo, los años ochenta lo vieron igualmente polémico con respecto a comportamientos mafiosos (Olvidar Palermo), el prejuicio social (Crónica de una muerte anunciada, sobre García Márquez) o las masacres del nazismo y el sentido de la existencia después de Auschwitz (La tregua). El ciclo que culmina ahora reúne varios de sus títulos más significativos.